Mercadillos navideños

¿Es posible una Navidad en paz para los cristianos?

Los jóvenes de Idlib se han lanzado a la festividad. En estos días, decenas de motocicletas salen de la cuna de Tahrir el Sham (HTS) con un destino inesperado: los barrios cristianos de Alepo. No vienen con intenciones belicosas. Fuera de una tienda en Aziziye, les espera Joseph Fannoun, un joyero, que lleva una bufanda con los colores de la nueva Siria y un Papá Noel de plástico a su lado.

“Nunca había atendido a tantos musulmanes en esta tienda”, bromea Fannoun, un personaje prominente en la comunidad cristiana de Alepo que ha captado la atención de toda Siria esta Navidad. Desde que los islamistas tomaron la ciudad de Bashar Al Asad el 30 de noviembre, su figura se ha vuelto viral en redes sociales. “¡Por fin ha caído la dictadura asquerosa!”, celebra ante la cámara de uno de sus visitantes. “Ahora es momento de unirnos todos. Ese loco intentó dividirnos, pero no lo logró”, exclama con entusiasmo a uno de los jóvenes que viene a grabar un tiktok con él. Y añade: “¡Uno, uno, uno! ¡El pueblo sirio es uno!

El joyero relata a los jóvenes: “[Al Asad] venía y me ofrecía coches, dinero y seguridad a cambio de que utilizara mi influencia en Alepo para apoyarlo. Me prometió que me convertiría en un Alí Babá”, dice, presumiendo de haber resistido la tentación. En medio de la multitud, Antuán Halabi, un vecino, me toma del brazo y pregunta: “Sabes quién es este tipo, ¿verdad?”. Su testimonio y un artículo de 2016 del Los Angeles Times me revelan el pasado de Fannoun: un ferviente defensor del régimen que, hace ocho navidades, celebró junto con banderas de Hezbolá la expulsión de los rebeldes de la ciudad por parte del ejército de Al Asad.

“No es el único, estamos todos preocupados y cada uno lo enfrenta a su manera”, comenta Antuán. Este secretario del colegio armenio de Ashrafiye no culpa a Fannoun por intentar convencer a los vencedores de la guerra de que siempre estuvo del lado de los rebeldes, y que si no lo demostró antes fue por miedo a la represión del gobierno. “Los cristianos hemos vivido siempre bajo la protección de Al Asad. Ahora necesitamos demostrar que podemos practicar nuestra religión y desear un país democrático sin que eso nos convierta en partidarios del régimen”, explica Halabi. “[El gobierno] tampoco era perfecto, no me malinterpretes. Pero, como sirio, me estoy dando cuenta ahora de la ilusión en la que hemos vivido todos estos años”, admite. “He visto los vídeos de las morgues, las historias de Sednaya. No hay forma de justificarlas”, opina.

Joseph Fannoun junto a una figura de Papá Noel. (M. F.)

Al igual que el joyero de Aziziye, que en estas navidades atiende a jóvenes tiktokers que quieren amplificar el mensaje de que los cristianos de Siria no se sienten amenazados, muchos seguidores de la HTS han señalado la buena acogida que han tenido los no musulmanes tras la caída del régimen. El día que los islamistas tomaron Alepo, se volvió viral un video de una mujer del barrio de Suleimaniye que, en nombre de la comunidad cristiana de Alepo, expresaba su alegría al afirmar que “los chicos” —la HTS— habían liberado la ciudad.

Antuán considera que esos vídeos reflejan con autenticidad la euforia que experimentaron los cristianos de Alepo después de “la peor noche desde que empezó la guerra”. “Tuvimos mucho miedo, no pudimos dormir, pero por la mañana todo se aclaró: vimos que los combatientes estaban bien organizados, eran respetuosos y estaban distribuyendo pan por los barrios de Alepo. Nos tranquilizamos bastante”, confiesa.

Foto: Rebeldes sirios en Homs.

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Desde su llegada al poder, la HTS ha subrayado que respetará a las minorías religiosas, que además del cristianismo, incluyen a drusos, alauitas, kurdos y chiíes. Sin embargo, las distintas facciones islamistas con las que esta escisión de Al Qaeda ha colaborado para ‘liberar’ las principales ciudades del país ya han causado algunos problemas. El 30 de noviembre, el mismo día que los rebeldes asumieron el control de Alepo, un miliciano derribó a patadas un árbol de Navidad cerca de la joyería de Fannoun. El 18 de diciembre, varios hombres armados abrieron fuego contra una iglesia grecortodoxa en Hamá, intentaron destruir una cruz y destrozaron las lápidas de un cementerio. En Bab Touma, un barrio cristiano de Damasco, estas fiestas en lugar de villancicos escuchan canciones yihadistas que los combatientes utilizan para marcar territorio.

Tahrir el Sham no ha tardado en condenar muchos de estos incidentes. El nuevo Gobierno de la Salvación de Ahmed el Sharaa reprendió al miliciano que atacó el árbol de Navidad el mismo 30 de noviembre y reparó los daños. “Por ahora, se están comportando”, dice a este diario Efraím Maalouli, arzobispo metropolitano griego ortodoxo de Alepo. “Lo único que me preocupa es que la policía todavía no está completamente desplegada. Si ocurren nuevos ataques, tendremos que defendernos por nuestra propia cuenta. Por eso, estamos aumentando la seguridad en las iglesias”, detalla. A diferencia de su diócesis, el obispo Andrew Bahhi de la Iglesia Ortodoxa Siríaca de San Jorge ha aconsejado a los fieles que en estas festividades se vistan con modestia, que mantengan las imágenes cristianas en el interior de los templos y eviten el habitual reparto de caramelos en la calle.

Foto: Escolares caminan por una calle de Idlib, ciudad del noroeste de Siria donde Hayat Tahrir al-Sham (HTS) había mantenido una administración en el momento en que los frentes de la guerra civil siria estaban congelados. (Reuters/Umit Bektas)

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Miguel Flores. Idlib (Siria)

En ciudades como Maaloula, Jaramana, Tartús o Damasco, estas recomendaciones no han tenido mucho impacto. En todas ellas, durante los últimos días se han celebrado festivales, conciertos y mercadillos navideños al aire libre sin ningún inconveniente. En la capital, en la noche del 21 de diciembre, cientos de personas celebraron la Navidad con actuaciones musicales, alcohol y banderas de la nueva Siria. “No podemos quedarnos en casa, beber en secreto y abandonar nuestras tradiciones”, dice Zeina, una mujer de Damasco de 27 años. “Esto es política, y necesitamos salir esta Navidad para que [los islamistas] sepan que existimos y que también somos sirios”.

En Alepo, Antuán tiene la esperanza de que no pasará mucho tiempo antes de que esta ciudad “se transforme en Idlib”. “Aquí hemos convivido sin problemas todo el tiempo. Nuestros musulmanes no son muy cerrados, poseen valores muy diferentes a los de los yihadistas. Mis amigos son todos musulmanes, y estoy convencido de que no se radicalizarán de esa manera”, asegura. Pero este secretario de colegio, que también reconoce que prefiere la “estabilidad” del pasado, él y su familia ya tienen un plan de acción en caso de que las cosas no salgan como él espera. Es la misma estrategia que han seguido miles de sirios en los últimos años: emigrar.

A lo largo de casi 14 años de guerra civil, la población cristiana de Alepo ha disminuido de 300.000 a solo 25.000 personas. Esta comunidad representaba alrededor del 10% de la población siria antes del conflicto, pero ahora constituye menos del 2%. De 1,5 millones en 2011, su número bajó a solo 300.000 en 2022. Entre las razones, además de los efectos de un conflicto que ha generado más de 13 millones de refugiados, está la persecución de diversos grupos islamistas hacia los cristianos en todo el país.

“Estamos definiendo los límites. No nos iremos de Siria si prohíben el alcohol. Pero si nos obligan a cubrirnos el pelo, a convertirnos o a dejar de salir solas, volaremos de aquí. Por ahora, los islamistas se están comportando, pero tenemos las maletas listas por si acaso”, comenta la esposa de Antuán, directora de la escuela. La pareja no tiene intención de intentar cambiar el rumbo de su país a través de la política: “Somos una minoría, y tenemos todas las de perder. Como dijo Jesucristo: si nos dan una bofetada, debemos ofrecer la otra mejilla”, afirma el secretario. “La política en este país solo sirve para desatar guerras. Lo más probable es que pase eso: los musulmanes se enfrentarán entre sí, y nos acabaremos marchando”, pronostica la directora, con su pasaporte armenio en la mano.

Desde el festival navideño en Damasco, Zeina lamenta que esa sea la opción preferida por muchos sirios. “Este régimen nos ha acostumbrado al miedo, y, sobre todo, los mayores no han conocido la libertad. Pero huyendo, callando y escondiéndonos… ¡No se soluciona nada!”, exclama. Y concluye: “Es el momento de actuar. Si la gente tiene miedo, debemos bajar a las calles y manifestarlo. Si las personas temen a un país donde no se puede celebrar la Navidad, lo que hay que hacer es salir a celebrarla. Si no actuamos ya, seguiremos condenados al fracaso”.


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